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te odio y te quiero

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Cuesta entender la actitud de muchos de los críticos radicales que atacan a los medios privados.
Nos llaman “prensa corrupta” o “prensa burguesa” y cuando escribían artículos de opinión en el mal denominado “diario público” presagiaban y postulaban la extinción de los medios privados.
Pero es justamente en esa prensa que tanto denostan donde nunca dudan en aparecer y donde parecen sentirse muy cómodos cuando expresan sus pensamientos con entera libertad.
En estos días los hemos visto muy activos. No han tenido problema en dejarse fotografiar, en opinar sobre los temas del 2010 o en expresar sus vivencias acerca de la Navidad o los años viejos.
Tampoco ponen reparos cuando se les pide un testimonio, una opinión o un punto de vista acerca de cualquier tema que ellos creen dominar teóricamente.
¿Por qué los críticos radicales aceptan aparecer en la “prensa corrupta” o “prensa burguesa”?
¿Por qué, si lo hacen, no tienen la honestidad de admitir que algunos de esos medios, a los cuales aseguran repudiar, sí tienen una actitud democrática y sí mantienen una posición tolerante y plural? “
Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”, decía el dramaturgo estadounidense Arthur Miller. Es en esa línea que los periodistas, los buenos periodistas, buscan, como obligación ética, voces que representen el más amplio abanico ideológico, político, cultural y social.
En su libro ‘El periodista en la telaraña’, el español Ramón Reig dice que “en las sociedades democráticas mucha gente se niega a ser demócrata”.
Reig explica que en países como el nuestro, muchos ciudadanos se niegan a pensar por sí mismos “y delegan acríticamente en los demás su responsabilidad de formarse bebiendo no de una sino de varias y diversas fuentes”.
A la ceguera militante y/o fanática se debe, también, que una mayoría de partidarios (entre ellos, los críticos radicales) salude “la construcción de una nueva democracia” que, sin embargo, no está, no se expresa, no aparece en la prensa gubernamental.
Si esta prensa nos diera lecciones de cómo hacer periodismo más democrático y deliberante, podríamos conceder algún crédito a los críticos radicales que pretenden saber qué tipo de información demanda la gente.
Pero aquella prensa oficial, encerrada en el círculo del culto a la personalidad y el sobredimensionamiento de la obra pública, no entiende de periodismo sino de proselitismo y propaganda.
No admitir que existe pluralismo en la prensa que los críticos estigmatizan y aparecer frecuentemente en ella es fruto de esa ceguera militante y/o fanática que no les permite entender lo que significa hacer periodismo.
Coherencia. Al menos eso es lo que debieran mostrar los críticos radicales a los que tanto agrada aparecer en la “prensa corrupta”.
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