El show debe continuar

Por: Christian Oquendo Sanchez

El aparato publicitario gubernamental transforma cada acción presidencial en contenido mediatizable. Tal enfoque se apoya en una estrategia de comunicación basada en la réplica inmediata a cualquier reacción crítica.

La voz y la figura del Presidente se han vuelto omnipresentes, tal si integraran una conciencia vigilante siempre lista para el “pico a pico”.

Fue este estilo de nuestro gobernante sumado a su irritabilidad los que le condujeron a uno de los cuarteles donde se escenificaba la insurrección policial. Ahí, desde una ventana, empuñando su micrófono le sumó minutos a las horas de horas de disertaciones que lleva en estos años de revolución.

También hizo gala de su condición de ser omnipotente abriéndose la camisa de un jalón para mostrarles a sus detractores, en un gesto de teatralidad suprema, que no le teme a las balas opositoras.

Lo que siguió deshizo el show fundado en las capacidades histriónicas del Presidente. Desorientado, apoyado sea en su bastón o su guardaespaldas, trataba de hallar una vía de escape entre el humo de las bombas y la turba que lo circundaba. Vimos a un gobernante al que le gusta posar de pie y augusto, penosamente cargado por sus asistentes en horizontal.

Las horas siguientes trascurrieron – ¡vaya una extraña paradoja!- en la boca del lobo: un hospital de la Policía. Los amplios espacios en los que escenifican las cadenas sabatinas o los lujosos salones donde suele homenajeársele, fueron trocados por la habitación de una clínica, que como todo recinto de salud, por seguro tendría algo de alienante y gélido.

Ese, sin embargo, no fue el mayor perjuicio que nuestro Mandatario sufrió en términos de su imagen sino algo que detesta el aparto de publicidad oficial: la incomunicación. Por un buen rato el Presidente no emitió voz, imagen o texto. Su silencio se rompió por contactos vía celular que denotaban encierro y no la movilidad a la que está acostumbrado.

El rescate debió ser angustioso para el Presidente, pero esto no evitó que sobre la marcha se creara el contexto para reactivar su golpeada efigie.

Desde el balcón de Carondelet, empuñando su micrófono, le sumó otra vez minutos a las horas de horas de disertaciones que lleva en estos años de revolución. Los estilistas mediáticos del gobierno elaboraron una narrativa que tenía ecos de la resurrección de un Cristo masacrado por una pandilla de ignorantes. El tema musical de cierre ya lo conocen ustedes.