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¿Importan las formas de gobernar?

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Los intelectuales y académicos simpatizantes de la revolución ciudadana dejan de lado la discusión sobre las formas de Gobierno a la hora de evaluar los resultados políticos de los últimos cuatro años. Pareciera ser un tema secundario frente al imperativo del cambio de las estructuras del poder y la refundación nacional. Ni uno solo de esos seguidores ha mencionado siquiera la forma de Gobierno ni el régimen político impuestos por la revolución como temas dignos de ser discutidos. Se refieren a un país y a un proceso donde Correa y su círculo cerrado del Ejecutivo parecieran simplemente superfluos.

En medio de esa ausencia de discusión e interés por las formas de Gobierno, resaltan siempre otros aspectos de la revolución: la recuperación del Estado, la restauración de lo público, su autonomía frente a los grupos de poder, el gasto social, la inversión pública… Queda fuera de su consideración y su preocupación la forma de gobernar impuesta por la revolución: concentración y personalización del poder, pérdida de transparencia, maniqueísmo retórico, desmovilización ciudadana y restricción de las libertades políticas. Guardan un silencio absoluto sobre estos temas como si el debate del cambio y la democracia pudiera obviar el de las formas de Gobierno.

Dos explicaciones encuentro a esta conducta ambigua de los intelectuales y académicos simpatizantes de la revolución. La primera es una herencia del pensamiento modernizador de los años sesenta y del nacionalismo revolucionario de los setenta. Durante esas dos décadas, la transformación de las estructuras tradicionales del poder fue la justificación de dos dictaduras militares. Su razonamiento era muy parecido al que prevalece hoy en el Ecuador: no puede haber democracia sin cambios estructurales. La democracia vendría después de los cambios, y si los cambios los hace una dictadura, pues bienvenida sea. Hoy, este pensamiento tiene matices, porque no se trata de una dictadura, sino de un Gobierno nacido de elecciones. Pero el matiz no oculta la similitud: Correa puede gobernar a patadas, concentrar el poder, personalizarlo, volverlo turbio y opaco, arbitrario, restringir libertades, achicar el espacio deliberativo, que si lo hace en nombre del cambio, hay que aplaudirle. Una segunda explicación viene de su conversión hacia el populismo bajo el disfraz de un poder popular, a pesar de la retórica ciudadana. Todos estos intelectuales y académicos creen que detrás de Correa hay un poder popular movilizado. Por esa misma razón, se han lanzado a respaldar la consulta con un lenguaje concluyente de la democracia como expresión directa e inapelable del soberano (se vuelven hasta solemnes). En última instancia, Correa expresa la voluntad del soberano. Todo el liderazgo personalizado y al aparato creado se oculta y legitima en la figura del pueblo soberano.

Dada su radical crítica de la partidocracia y de la larga noche neoliberal, estos nuevos intelectuales se saltaron dos décadas de la historia nacional para dejar en el olvido los esfuerzos por pensar la democracia como una forma de Gobierno no autoritaria. No renovaron este debate, simplemente lo echaron a la basura.

Por Felipe Burbano de Lara
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